TRADICIONES EN SALSA VERDE
Dos pequeñas anécdotas con las que cuenta tradiciones en salsa verde :
LA CENA DEL CAPITÁN
A Dios gracias, parece que ha concluido en el Perú, el escandaloso período de las revoluciones de cuartel; nuestro ejército vivía dividido en dos bandos, el de los militares levantados y de los militares caídos.
Conocíase a los últimos con el nombre de indefinidos hambrientos; eran gente siempre lista para el bochinche y que pasaban el tiempo esperando la hora... la hora en que a cualquier general, le viniera en antojo encabezar revuelta.
Los indefinidos vivían de la mermadísima paga, con que de tarde en tarde, los atendía el fisco, y sobre todo, vivían de petardo; ninguno se avenía a trabajar en oficio o en labores campestres. Yo no rebajo mis galones, decía, con énfasis, cualquier teniente zaragatillo; para él más honra cabía en vivir del peliche o en mendigar una peseta, que en comer el pan humedecido por el sudor del trabajo honrado.
El capitán Ramírez era de ese número de holgazanes y sinverguenzas; casado con una virtuosa y sufrida muchacha, habitaba el matrimonio un miserable cuartucho, en el callejoncito de Los Diablos Azules, situado en la calle ancha de Malambo. A las ocho de la mañana salía el marido a la rebusca y regresaba a las nueve o diez de la noche, con una y, en ocasiones felices, con dos pesetas, fruto de sablazos a prójimos compasivos.
Aun cuando no eran frecuentes los días nefastos, cuando a las diez de la noche, venía Ramírez al domicilio sin un centavo, le decía tranquilamente a su mujer: Paciencia, hijita, que Dios
consiente, pero no para siempre, y ya mejorarán las cosas cuando gobiernen los míos; acuéstate y por toda cena, cenaremos un polvito. .. y un vaso de agua fresca.
En una fría noche de invierno, la pobre joven, hambrienta y tiritando, se sentó sobre un taburete
junto al brasero, alimentando el fuego con virutas recogidas en la puerta de un vecino carpintero; llegó el capitán, revelando en lo carilargo, que traía el bolsillo limpio y que, por consiguiente, esa noche iba a ser de ayuno para el estómago.
--¿Qué haces ahí, Mariquita, tan pegada al brasero?--preguntó, con acento cariñoso, el marido.
--Ya lo ves, hijo--contestó en el mismo tono la mujercita--; estoy calentándote la cena.
EL LECHERO DEL CONVENTO
Allá, por los años de 1840, era yanacón o arrendatario de unos potreros en la chacra de
Inquisidor, vecina a Lima, un andaluz muy burdo, reliquia de los capitulados con Rodil, el cual
andaluz mantenía sus obligaciones de familia con el producto de la leche de una docena de
vacas, que le proporcionaban renta diaria de tres a cuatro duros.
Todas las mañanas, caballero en guapísimo mulo, dejaba cántaros de leche en el convento de San Francisco, en el Seminario y en el monasterio de Santa Clara, instituciones con las que tenía ajustado formal contrato.
Habiendo una mañana amanecido con fiebre alta, el buen andaluz llamó a su hijo mayor,
mozalbete de quince años cumplidos, tan groserote como el padre que lo engendrara, y
encomendóle que fuera a la ciudad a hacer la entrega de cántaras, de a ocho azumbres, de leche morisca o sin bautizar.
Llegado a la portería de Santa Clara, donde con la hermana portera estaban de tertulia matinal la sacristana, la confesionaria, la refitolera y un par de monjitas más, informó a aquella de que, por enfermedad de su padre, venía él a llenar el compromiso.
La portera, que de suyo era parlanchina, le preguntó: --¿Y tienen ustedes muchas vacas?
--Algunas, madrecita.
--Por supuesto que estarán muy gordas...
--Hay de todo, madrecita; las vacas que joden están muy gordas, pero las que no joden están más flacas que usted, y eso que tenemos un toro que es un grandísimo jodedor.
--!Jesús! !Jesús!--gritaron, escandalizadas, las inocentes monjitas--. Toma los ocho reales de la leche y no vuelvas a venir, sucio, cochino, ! desvergonzado l ! sirverguenza !
De regreso a la chacra, dio, el muy zamarro, cuenta a su padre de la manera como había
desempeñado su comisión, refiriéndole, también, lo ocurrido con la portera.
--!Cojones! !Pedazo de bestia! !Buena la has hecho, hijo de puta! Ir con esas pendejadas a
calentar a las monjas. !Hoy te mato a palos, canalla!
Y le arrimó una buena zurribanda.
A la mañana siguiente, fue el patán andaluz llevando la leche al monasterio, y por todo el camino iba cavilando sobre la satisfacción que se creía obligado a dar a las monjas.
--Madrecitas --les dijo--, vengo a pedirles mil perdones, por las bestialidades que dijo ayer, ese
zopenco de mi hijo.
--No ponga usted caso en eso, ño Prisciliano--contestó una de las monjas--, son cosas de
muchacho inocente, que no sabe lo que habla.
Se sulfuró al oír esto ño Prisciliano; como yo, tenía tirria y enemiga con los inocentones.
--¿Inocentón, mi hijo? No lo crea usted, madre. !Coño y recoño! Como que no sabe usted, que el otro día lo sorprendí con tamaño pinga en la mano, cascándose tres golpes de puñeta. !Carajo,
con el inocentón!
Y las monjas, poniéndose las manos en los oídos, echaron a correr como palomas asustadas por el gavilán.
Adivinarse deja, que cambiaron de lechero.