lunes, 3 de marzo de 2014

"Un procurador antirracismo",

Los noticieros han cubierto su velorio y en las fiestas pitucas su música es parte del jolgorio, muy tarde, en la madrugada, cuando se vencen los remilgos de clase. Pero que no nos engañe el ‘país oficial’: Edita Guerrero en vida fue una cholita agraciada y poco más, una vocecita flacuchenta y lastimera que hacía recordar a Carmencita Lara y a Maritza Rodríguez. Y Corazón Serrano, su conjunto, no es el Grupo 5 ni Los Hermanos Yaipén. No confundan la cumbia costeña de reminiscencias andinas con lo de Edita y sus amigas, que marca temperaturas de fiebre en el ‘cholómetro’.
He soltado deliberadas frases racistas porque quiero desnudar la hipocresía con la que medio Perú llora hoy a Edita. En primer lugar, no fue Corazón Serrano el que se convirtió en ‘trending topic’ semanas atrás, sino el que las chicas fueran remedadas en “Yo soy”. No confundamos la eficiencia de los ‘community managers’ de Frecuencia Latina con la creencia de que las redes nos han hermanado. Todo lo contrario: el anonimato de muchos tuiteros ha permitido destilar el más asqueroso racismo que aprendieron en familia, cultivaron en el barrio y ejercieron sibilinamente en la chamba. Y, por cierto, vaya incoherencia de Canal 2 la de deplorar el racismo tuitero y a la vez anunciar nuevos capítulos de “La Paisana Jacinta”, ese esperpento que creyendo lanzar una mirada tierna a la migrante paupérrima, en realidad, la afea, la desfasa y la  acompleja. 
En segundo lugar, la muerte de Edita, aunque se debió a un aneurisma que ataca a cualquiera, nos recuerda la fragilidad de estas famas que se desbarrancan en las carreteras, chocan con extorsionadores, son invadidas en su privacidad, maltratadas en los programas de espectáculos  y confundidas con vedettes viperinas. En tercer lugar, la fama póstuma de Edita confirma el divorcio entre la música popular y la música oficialmente promovida, que suele ser la criolla y la andina tradicional. Por suerte, el dial sí recoge la diversidad de sonidos y orejas.
¿Qué hacer? El gobierno está perdiendo la dorada oportunidad de liderar la lucha contra el racismo. Los gobiernos locales llevan la delantera con ordenanzas y operaciones que terminan en sanciones efectivas. Ollanta y Nadine se han frivolizado al igual que la pareja Toledo-Karp, y están más preocupados en hacer el cásting del Gabinete, planificar giras y mantener la estabilidad de la economía sin pisar callos de alcurnia. 
Frente al racismo, al igual que frente a la inseguridad y frente a la corrupción, no hay que ser estabilizador, sino disruptivo. Hay que tener las agallas políticas para tocar temas que suelen ser tabú en los discursos oficiales. El Ministerio de Cultura, en su área de interculturalidad, quiere tener liderazgo en el tema, pero se limita a hacer campañas y canalizar alertas, pues está desarmado de facultades sancionadoras. Sí las tiene el sector Educación, Trabajo e Indecopi.
Ya es hora de crear una procuraduría antidiscriminación, o empoderar a una oficina con ese fin, para que identifique a algunos de esos tuiteros de marras y enjuicie a alguno, a ver si escarmientan los otros; para que nos regale casos y castigos ejemplares. Ojalá vea cumplirse uno de mis sueños igualitarios: ver presos a esos borrachos soberbios que insultan a los policías cuando los pillan y ver a todas las razas en las páginas de cotilleo social.
 FERNANDO VIVAS

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